Pere Aurell nació en Terrassa en el año 83.
Como marca la tradición de la ciudad del Vallés, desde muy temprana edad -concretamente a los 5 años- empezó a practicar el hockey, pero su verdadera vocación deportiva la estaba descubriendo en paralelo y sin apenas darse cuenta. Y no la estaba descubriendo solo: unos padres a los que él mismo describe como muy protectores lo llevaban cada domingo a pasear por la zona de La Mola. Juntos recorrían senderos y descubrían recovecos. Caminaban durante horas y solían almorzar en la cima. Estos ahora dulces recuerdos para Pere fueron momentos que, aún entonces inconsciente de ello, estaban haciendo mella en su personalidad y marcando la melodía general de su vida.Vivía en Matadepera pero veraneaba en Isil, un pueblecito situado en el corazón del Pirineo. En la incipiente adolescencia, rozando apenas los 13, buscaba su libertad, como la edad ordena. Pero él la buscaba con el simple afán de poder escaparse sólo a las montañas, como a algunos de sus amigos ya les estaba permitido hacer. Él soñaba con poder acompañarlos al lago Airoto, en las que estaban siendo sus primeras excursiones sin padres, pero el suyo era excesivamente protector como para acceder y no le permitía hacerlo. Como bien conoce toda sabiduría popular, lo prohibido atrae, por lo que fue justo entonces cuando supo a ciencia cierta que estaba hecho para las montañas. Finalizadas las vacaciones empezó a salir a correr por el pueblo, como siempre acompañado, pero ya sí de sus amigos. Lo hacía como puro divertimento, todavía combinándolo con el hockey y además con el fútbol sala. Por aquel entonces apenas había carreras de montaña: la gente de la zona se preparaba exclusivamente para la misma, la reputada Matagalls- Montserrat. Dejándose llevar una vez más por la tradición, decidió correrla, pero su familia pensó – y muy lógicamente- que no la terminaría, por su juventud, por su aún escasa experiencia en la carrera a pie y, sobre todo, por la dureza de la prueba. Lo consideraron joven y lo era, pero con sus 14 años ya caminaba a afirmarse como adulto: tomó la salida, no con intención de terminar, pero sí con la de hacer una buena parte acompañando a su hermano mayor. Sus padres velaron por él y estuvieron en cada punto de control, animándole y a la vez preparados para recogerlo cuando decidiera parar. Para sorpresa y orgullo tanto de ellos como del mismo Pere, eso no sucedió: terminó la carrera; 85 km y medio le separaban del niño que antes era.

