Ragna nació en el impronunciable pueblo de Ooij, una pequeña localidad rural del este de Holanda.
Los pastos llenos de vacas que rodeaban el pueblo se convirtieron enseguida en la zona de juegos de la pequeña, que nunca llevó bien lo de estar entre cuatro paredes. Así, se crío envidiablemente libre, pero esta libertad tenía su contrapunto: la combinación con su excepcional fuerza -y con la consciencia de ella- provocó que, ya desde muy pequeña, se acostumbrara a que todo ocurriera según su voluntad. Y es que tenía la capacidad de hacer que así fuera. Su madre pronto se percató de ello y, pensando que podría ser un problema, quiso ponerle remedio. Para ello la inscribió a cursos de hípica, sólo con siete años, pensando que el trato con los nobles animales haría que se acostumbrara a un trabajo en equipo, en el que la adaptación se impusiera al sometimiento. Pero, o bien los animales sienten la entereza de la persona que los trata, o bien la fuerza de Ragna seguía siendo muy superior a todo lo que la rodeaba, porque lo que ocurrió entonces fue realmente irónico: la indómita muchacha se convirtió en poco tiempo en una especialista de la doma clásica.
Montó a caballo durante toda su juventud. A la edad de 19 años dejó a Holanda para afincarse en Alemania, donde entró en una escuela de hípica y aprendió a entrenar caballos profesionalmente. La escuela duró cuatro largos años. Fueron largos porque, en los últimos, Ragna no conseguía encontrar su lugar, sentía que le faltaba algo. Su preparación era excesivamente práctica y sentía haber abandonado el aspecto intelectual. Debía estudiar, entrenar su cerebro, como hacían sus hermanos. A esto se sumó que el ambiente de las altas esferas de la doma no estuviera hecho para ella: en un mundo dominado por gente con un gran poder adquisitivo, las personas incorruptibles no tienen demasiado futuro. A los 24 años decidió marcharse a Inglaterra e ingresó en la universidad para estudiar filología hispánica y alemana. También para los idiomas parecía tener un don. Pero no eran los idiomas: su verdadero don era una voluntad de hierro, aquella que su madre creyó que le traería problemas y que, muy al contrario, la hizo destacar en todo lo que tocó.
Durante su época de estudiante siguió trabajando a media jornada como entrenadora de caballos. Lo dejó un año para ir a Valencia en un viaje de erasmus, el cual le sirvió para elegir el lugar donde empezar una nueva vida tras terminar la carrera. A los 28 años dejó la doma y se instaló en Xerta, un pueblo de las Terres de l’Ebre. En un honorable ejercicio de adaptación, decidió aprender el catalán, y no un nivel básico, sino el que correspondía a la titulación mayor. Se interesó por un par de escuelas que preparaban esta prueba, pero le aseguraron que antes de tres años no podría aprobarla. Descartó la posibilidad de la escuela y, sin dar importancia a los razonamientos de los profesores, se compró algunos libros y se puso a estudiar por su cuenta. A los tres meses aprobó el examen y le ganó un pulso a la lógica.
Ese mismo año empezó a correr. En un inicio corría un par de días por semana, por asfalto o por pista ancha. Un sábado que, como de costumbre, volvía de entrenar por la carretera, la adelantó un coche y tuvo la sensación que los ocupantes reparaban en ella. No se equivocó: la estaban esperando en la plaza del pueblo. Eran cuatro aficionados al trail que venían de entrenar en la montaña y que, cuando toparon con Ragna, decidieron hacerle una propuesta: les sobraba un dorsal para una prueba que se celebraba el día siguiente y se lo regalarían si se animaba a correr. De esta extraña manera llegó el trail a su vida. Dijo un rotundo sí y al día siguiente se lanzó a por los 23 km de “La Foradada”. Las subidas no supusieron un reto, pero la falta de costumbre hizo que en las bajadas tuviera que andar. Al acabar la carrera no podía ni caminar y se había hecho lesiones que, pese a no ser graves, la tendrían parada durante tres meses. Pero esto fue un detalle irrelevante para Ragna, la cual asegura que estaba “en el cielo”. Para las personas dotadas con una fortaleza tan extrema como la suya, los obstáculos no sólo dejan de ser obstáculos, sino que pasan desapercibidos.

